Siempre es útil regresar a los clásicos para entender y planificar nuestra vida, que por algo son clásicos. En este caso, volvemos a leer a G. K. Chesterton, ese autor que tanto estimula con el dominio de la paradoja.
El alma gemela
En una carta a su hijo Michael, antes de su boda, le advertía: «Tu alma gemela es tu mujer, no la mujer ideal».
«Cuando el encanto desaparece o simplemente disminuye, piensan que se han equivocado y que aún tienen que encontrar a su verdadera alma gemela. La ‘verdadera alma gemela´ suele ser a menudo la siguiente mujer sexualmente atractiva que encuentran, con quien ellos podrían ciertamente estar casados con éxito si solo… Y aquí es cuando llega el divorcio, sustentado por ese «si solo…».
Desde luego, como regla, tienen razón: cometieron un error. Sólo un hombre muy sabio puede, al final de su vida, hacer un juicio sólido sobre con quién, de entre todas las posibles oportunidades, ¡él debería haberse casado con éxito! Casi todos los matrimonios, incluso los felices, son errores en el sentido de que casi seguramente -en un mundo más perfecto o incluso con algo más de cuidado en este mundo tan imperfecto- ambos cónyuges podrían haber encontrados parejas más adecuadas.
Pero la «verdadera alma gemela» es aquella con la que estás ya casado. En este mundo caído tenemos como únicas guías la prudencia, la sabiduría (escasa en la juventud, demasiado tarde en la vejez), un corazón limpio y la fidelidad de la voluntad».
Amor verdadero
Más adelante, en la misma carta, avisaba a su hijo de las dificultudaes que inba a encontrar: «El amor verdadero duele: es una batalla.»
«Los hombres no son monógamos, no lo son y no es debido a su naturaleza animal. La monogamia, aunque ha sido durante mucho tiempo fundamental en el legado de nuestras ideas, es para nosotros, los hombres, un trozo de «ética revelada» según la fe y no la carne.
La esencia de un mundo caído es que lo mejor no puede alcanzarse mediante un placer libre o lo que es llamado «auto-realización» (normalmente un nombre bonito para la auto-satisfacción, totalmente adversa para la realización del otro), sino por la negación, por el sufrimiento. La fidelidad en los matrimonios cristianos conlleva esto: una gran mortificación.
Para un hombre cristiano no hay huida. El matrimonio puede ayudarle a santificar y a dirigir sus deseos sexuales hacia su fin adecuado; la gracia puede ayudarle en la lucha, pero la lucha permanece. No le satisfará (del mismo modo que el hambre se mantiene alejada con comidas regulares) y le proporcionará tantas dificultades para mantener la pureza en ese estado como le proporcionará alivio.
Ningún hombre, a pesar del amor sincero que siente hacia su prometida y esposa cuando era joven, ha vivido fielmente con ella como esposa en mente y cuerpo sin el ejercicio deliberado y consciente de su voluntad, sin el sacrificio. A pocos se les dice esto, incluso si han crecido «en la Iglesia». Los que están fuera de ella raramente lo han oído».