Ser aliados en el matrimonio es un objetivo alto y hermoso, que se persigue con el tiempo, pero, precisamente a través de este cambio de perspectiva, revivimos a menudo lo que ha sido para nosotros el “valor subjetivo” de la relación de pareja; un valor necesario que debemos redescubrir, porque ningún matrimonio puede sobrevivir, continuar vivo, con un agotamiento crónico de los aspectos afectivos, sentimentales y sexuales entre los cónyuges.
La dimensión de alianza relanza la percepción del valor subjetivo, porque en una alianza realmente buena te sientes bien: compartes tu vida con alguien que te conoce como nadie, y que te acepta y te ama por lo que eres. Puedes experimentar un amor realista y real, pero también una sexualidad realista y real, diferente para cada edad.
Este es el desafío a largo plazo de la vida en pareja: entrar en la dimensión de la alianza, dar vida a lo que he llamado segundo matrimonio. La alianza del segundo matrimonio es un fruto que madurará cada vez más con el tiempo; es el objetivo en torno al cual trabajar cara al futuro, redescubriendo en la propia historia lo que nos une y hace único nuestro matrimonio, incluso tras la difícil experiencia de las crisis.
Facilitar el amor
Algunas frases son auténticos “lugares comunes” muy peligrosos para el éxito de un matrimonio. La primera es esta: si me amas de veras, “debes amarme por lo que soy”.
Detrás de su apariencia inofensiva, en realidad se trata de una frase muy ambigua: ¿qué significa de hecho amar a alguien por lo que es?
Todos deseamos profundamente ser amados, pero a veces tendemos a olvidar que para ser amados por los demás es necesario ser amables.
Intentar ser buenas personas es algo que realizamos espontáneamente en la primera fase de una relación decisiva: todos tratamos de dar lo mejor de nosotros mismos para que el otro se sienta atraído, enamorado. Cuando conocemos a una persona importante para nosotros, tenemos viva conciencia de cómo nos mira, por lo que intentamos parecer en la medida de lo posible como personas agradables, buenas, interesantes.
La convivencia diaria tiende a desdibujar esa sensación, hasta el punto de que puede desvanecerse la conciencia de estar constantemente bajo el punto de mira del otro; es fácil olvidar que quien vive con nosotros nos ve continuamente, y no puede evitar reaccionar espontáneamente ante lo que observa: puede encontrarnos agradables o desagradables, y esto depende mucho de nosotros. Podemos “disgustar” al otro sin darnos cuenta, por nuestro descuido.
Demasiados matrimonios mueren desgraciadamente por déficit de cuidado e, incluso, por falta de educación, porque los cónyuges leen el “ser amado por lo que soy” como una licencia para dejarse llevar y no estar pendiente cada uno de fomentar el amor del otro.
Por lo tanto, debemos seguir cultivando, sin cansarnos nunca, la buena persona que podríamos ser: buenas personas por dentro y por fuera, no solo para los extraños, sino también y sobre todo para los que nos han elegido y comparten su vida con nosotros. Sentirse a gusto, con espontaneidad, en nuestra propia casa no debe confundirse nunca con ser un dejado o un descuidado.
También es importante seguir creciendo, enriqueciendo y profundizando nuestra personalidad, desarrollando los talentos, porque hacerse persona interesante no tiene una función narcisista: al contrario, es la mejor manera de facilitar el amor y la atracción espontánea del otro hacia nosotros. Es la mejor manera de ser amado, y no solo soportado.
La felicidad, una tarea personal
El segundo “lugar común” que me gustaría desenmascarar, se refiere a la idea de que en una relación amorosa el otro tiene el deber de “hacernos felices”.
Felicidad es concepto difícil de definir; no es simplemente bienestar, ni placer, ni autorrealización; tal vez lo que más se le aproxima es el sentimiento de poder desarrollar al máximo nuestro potencial creativo, la satisfacción que surge cuando logramos una vida floreciente.
Sentirse a gusto, con espontaneidad, en nuestra propia casa no debe confundirse nunca con ser un dejado o un descuidado
La felicidad está relacionada con el cumplimiento de nuestra vocación y, por esta razón, ser feliz es una tarea completamente personal. Hacer feliz a alguien es en realidad imposible: todos conocemos personas felices, a pesar de tener historias difíciles (también matrimoniales), y por el contrario, personas descontentas y siempre infelices, aunque estén rodeadas de amor y dedicación; la persona capaz de encontrar la serenidad en sí misma, sin exigirla a los demás, es realmente un gran regalo para cuantos le rodean. Dejar de responsabilizar al otro de nuestra felicidad, lo libera de un fardo pesado e inútil, es decir, del “chantaje” de nuestra eventual infelicidad.
Solo depende de nosotros que nuestra vida crezca en riqueza, poniendo pasión en cuanto tocamos, incluido nuestro matrimonio: amar a la misma persona todos los días es de hecho uno de los mayores retos para nuestra creatividad, que es la capacidad de extraer de uno mismo recursos siempre nuevos, aplicando la inteligencia y la imaginación.
Para vivir satisfactoriamente la vida de pareja, necesitamos abandonar la idea abstracta del matrimonio “ideal”, para entrar en la aventura concreta de nuestro matrimonio: imperfecto, contradictorio, quizás conflictivo, pero absolutamente único y especial para nosotros.
Fuente: Aceprensa