Decir la verdad con amabilidad. Se trata de hablar con sinceridad tratando a nuestro interlocutor con deferencia. Aunque lo que se nos pide es mucho, tenemos que añadir un paso más, decir la verdad con caridad y con claridad. Si así lo hacemos, facilitaremos el mutuo entendimiento, la comunicación, un pilar fundamental de la convivencia, la base de nuestra sociabilidad
En nuestra época, los medios de comunicación gozan de una primacía privilegiada. Simultáneamente, y de modo paradójico, vivimos más independientes y que nunca, como pequeñas islas en medio de un gran océano. Es muy frecuente ver en la calle a una persona con cascos, y ajena a su entorno; otra, en una mesa de un bar, centrada en la pantalla de su ordenador; y una tercera, saliendo de una reunión para atender el móvil. Lo mío brilla con mucha más fuerza que lo nuestro.
No somos conscientes de que los demás nos necesitan y nos esperan. Hemos puesto el centro de gravedad en nosotros mismos. De este modo la comunicación no nos relaciona con los demás, no nos ayuda a abrir la puerta hacia afuera, viene a llenar nuestros deseos de individualidad. Entonces, la esencia de la comunicación queda pervertida porque facilita nuestro egoísmo. Hay que trasladar el centro de gravedad fuera de nosotros, cuanto más lejos mejor, porque ganaremos estabilidad.
Por eso es cardinal que mejoremos la comunicación. Y como no nacemos aprendidos, hemos de adquirir esos hábitos con esfuerzo. La ventaja es que con poco empeño se avanza mucho.
Al considerar la comunicación encontramos tres aspectos: la emisión de un mensaje, la transmisión y la recepción. Las tres funciones se han de realizar del mejor modo posible. Describir el proceso es muy sencillo, pero vivirlo no resulta tan fácil. Valorando la dificultad que entraña hacer las cosas bien, comprendemos que entre el mensaje de salida y el de llegada puede haber grandes diferencias.
Es conocida la experiencia del mensaje que se transmite oralmente al primero de la fila, para que lo haga llegar al segundo, y así, sucesivamente. No son necesarios muchos escalones para que el mensaje aparezca completamente desvirtuado. Ha fallado la transmisión.
En otras ocasiones emitimos el mensaje deformado y con la misma frecuencia se deforma al recibirlo. Por ejemplo, si al empleado que llega tarde al trabajo, el jefe le dice: “Antonio, tenemos muchos asuntos pendientes”. Antonio puede recibirlo pensando que efectivamente hay asuntos pendientes, pero que como los va terminar esa mañana, no hay problema alguno. Se desvirtúa la esencia del mensaje, que pretendía recordarle que tiene que cumplir el horario establecido. Si pasado un tiempo se produce un despido por este motivo, el desconcierto estará servido. En el peor de los casos puede haber fallos de emisión, transmisión y recepción.
Recuerdo en el colegio que los profesores nos insistían en que las frases las construyésemos teniendo en cuenta las partes de la oración: sujeto, verbo y predicado. Cuánto puede ayudar esta indicación, en la vida profesional y familiar, a establecer una correcta comunicación. Hoy tenemos más medios, pero no los aprovechamos tanto, y me parece percibir que hay un alto porcentaje de alumnos que terminan su escolaridad sin haber alcanzado un grado medio de expresión oral y escrita. Después la reducción del vocabulario, las abreviaturas del móvil y el descuido del latín y griego, hacen el resto.
Por regla general las mujeres comunican mucho más que los hombres, cosa muy importante. Los hombres, en cambio, comunicamos más directamente. Saberlo ayuda a la convivencia. En uno y otro caso se debe tener en cuenta, que siempre hay errores en la comunicación. No son trastornos patológicos, son imperfecciones que están presentes en la vida del hombre en todos los aspectos, y que no nos pueden extrañar. Conocerlos nos ayuda a corregirnos.
Como el bien es difusivo necesitamos compartirlo y ese es el motor de la comunicación. Además, el propio mensaje tiene vida en sí mismo, de modo que al emitirlo ya no podemos limitar sus consecuencias. Un mensaje importante capta la atención inmediatamente, otro superficial puede llevar al oyente a desinteresarse. Hay que procurar que nuestros mensajes tengan contenido, que no sean meros envases vacíos. Una vez que tienen contenido, hemos de esforzarnos en presentarlos con el mayor atractivo. Parte de ese atractivo lo aporta la prudencia de saber tratar el tema en el lugar y momento oportuno. Un mueble bien barnizado y colocado en el entorno adecuado, se vende más fácilmente. Consecuentemente hemos de prestar atención al fondo y a la forma.
Hay un factor esencial en la comunicación al que aún no hemos hecho referencia: la inteligencia emocional. Esa capacidad de acoger el mensaje del otro en su plenitud y con muy poco esfuerzo, porque se interpretan con acierto los gestos, las formas de expresión o las actitudes. Esa cualidad nos ayuda a ponernos en lugar del otro y con acierto. Es un don que tienen algunas personas por naturaleza y otras porque han aprendido a vivir para los demás.
Hablar bien es difícil, y escribir, aún más difícil. Expresarse bien, con los gestos correctos, es tarea de gigantes, pero a esos aspectos hemos de atender si queremos ser buenos comunicadores. En la vida social estamos descuidándolos y se observan gestos y expresiones inadecuadas, faltas de moderación, de educación. Efectivamente son convencionalismos, pero nos ha costado siglos establecerlos y hemos de procurar mantenerlos y valorarlos. El tenedor, el plato y la copa generan incomodidad hasta que uno se acostumbra a usarlos, y siempre dan trabajo, pero atenúan los efectos negativos de una comida en común, y permiten aprovechar un clima de fácil relación. En la comida en torno a la mesa, y en la sobremesa, se han resuelto el cincuenta por ciento de los problemas de la humanidad. Si se demuestra bueno, cuidémoslo y no despilfarremos esa herencia. Del igual modo, en el lenguaje se han acuñado muchas expresiones que nos benefician. El por favor, muchas gracias, pase usted, el uso de señor, señora, caballero, etc. nos disponen a un trato más esmerado con las otras personas y facilitan la apertura necesaria para recibir bien el mensaje.
Hemos de cuidar las cosas pequeñas. Los pequeños detalles, sin importancia aparente, se revelan en el fondo, vitales. Por ejemplo si al salir de casa decimos a dónde vamos y cuándo volveremos, todo funciona bien. Por el contrario si no lo decimos, y pensamos que vamos al mismo despacho de todos los días y lo damos por supuesto, lo estamos haciendo mal, porque esa fórmula nos permitiría cambiar el plan sin ninguna dificultad, dejando a las personas que nos despiden en casa desorientadas. Cuando se den cuenta de que hemos olvidado el móvil nos lo enviarán a la oficina justo cuando volvemos a recogerlo.
Para avanzar y perfeccionar nuestro modo de comunicar, se me ocurre concretar los puntos siguientes:
- Es conveniente saber que somos distintos. Lo que a unos hace gracia a otros les molesta. Lo que me resulta fácil a otro le puede resultar imposible. Teniendo en cuenta las diferencias evitamos pisar muchos callos y recibimos mejor los mensajes.
- Ofrecer a los demás la respuesta que esperan, para lo cual hay que atender bien y no adelantarse al interlocutor. Procuremos siempre ofrecer una respuesta, así damos cuenta de que hemos recibido el mensaje, que se podía haber perdido. Es decir, hemos de manifestar lo que nos pasa, en lugar de dejar a los demás la tarea de adivinar nuestro silencio o inexpresividad.
- Preparar de antemano el mensaje. Saber claramente lo que queremos decir, escribir o expresar. Puede ayudarnos disponer de un pequeño guión.
- Evitar los prejuicios, que nos llevan a suponer lo que vamos a recibir, y frecuentemente nos quedamos con un mensaje falso.
- Corregir errores es fundamental, porque nos ayuda a mejorar eficazmente y, además, transmite a los otros, que aceptamos las propuestas de rectificación que nos hacen, y que queremos establecer una comunicación correcta.
- Ahora está de moda la creatividad y la hemos de emplear para mejorar nuestra comunicación, inventando nuevos cauces y haciéndolos más fluidos.
Los ámbitos de la comunicación son muy diversos, desde la convivencia familiar hasta una propaganda del signo que sea, pero se preparan del mismo modo, eligiendo claramente el fondo y enriqueciendo la forma.
En un proceso complejo de pensamiento, palabra y acción, damos vida a nuestras ideas y plasmamos nuestra vida en el lienzo de cada día. Por el contrario nos corrompemos cuando las palabras crecen sin raíces, son falsas. Y nunca logramos engañar a nadie, tanto como a nosotros mismos.
Antes hemos visto que uno de los rasgos de la sociedad actual es el individualismo, que desearíamos desarraigar, por eso es muy conveniente que comuniquemos bien, que nos relacionemos. A lo largo de la historia, las ideas que han generado cultura y desarrollo, han sido las que han sumado, las de los hombres que ha sabido formar equipo, las que han recogido en un mismo recipiente aportaciones de unos y otros: la convivencia de diferentes culturas, la suma del capital al trabajo, y un largo etcétera entre los que se incluye la comunicación.