Para crecer en personalidad es fundamental que nos conozcamos bien. Es decir, que sepamos cuales son nuestras armas favoritas y trabajar sobre ellas para desarrollarlas. Un poeta, un técnico, un científico o un deportista necesitan un soporte seguro para el desarrollo de esa actividad específica. Con esfuerzo y tenacidad todo se puede suplir, hay muchos casos ejemplares, pero es más natural nadar a favor de la corriente. Desgraciadamente nos conocemos poco, al observarnos desde dentro nos falta objetividad. Tenemos desarrollada la capacidad para juzgar a los demás, pero cuando la mirada se dirige hacia nosotros frecuentemente se engaña. Es significativo el refrán indio: “Si tu casa es de cristal no tires piedras a tu vecino”.
Para profundizar en nuestro conocimiento, es conveniente que nos metamos dentro de nosotros mismos, en esos ratos pacíficos que invitan a la reflexión, y que nos ayuda en esta doble función de identificación: a mostrarnos tal como somos hacia fuera y hacia adentro. Esos parones nos ofrecen la ocasión de rectificar, y nos permite aplicar remedios esenciales y no sólo toques superficiales. Cualquier negocio tiene su contabilidad, sus elementos de control. Nosotros también los necesitamos y prescindir de ellos sería una superficialidad.
Ante el espejo, ante la mirada de las personas que nos quieren, siempre ofrecemos el ángulo que nos beneficia, pero en la vida real nos miran desde todos los ángulos y no precisamente desde la perspectiva deseada. Podemos aprender mucho atendiendo esas críticas o comentarios menos positivos que nos llegan de fuera. También nos puede ayudar a rectificar los defectos que vemos en los demás, porque seguramente nosotros también los tenemos.
Después viene el mecanismo de mejora, esos propósitos concretos que van fortaleciendo los hábitos, que nos ayudan a realizar con perfección y facilidad operaciones complejas, como conducir. Cuando sabemos conducir realizamos con facilidad, y sin prestar atención, varias operaciones simultáneas: hablar con el copiloto, señalar con el intermitente o encender las luces, mientras apretamos el freno o cambiamos de marcha. Imagínense lo costoso que sería sin tener ese hábito adquirido intentar circular en una ciudad. Se ve clara la importancia de adquirir unas virtudes sólidas.
Recientemente aparecieron las pantallas de plasma. A este respecto me contaba un amigo que parando el coche ante un semáforo en rojo observó cómo su hijo de ocho años extendía la mano derecha a modo de pistola y simulaba con los labios el ruido de un disparo. Asombrado, le preguntó ¿qué haces? El niño contestó, Papá, en el juego, matar a una señora embarazada puntúa 10.
Así como los electrodomésticos nos invadieron en su día como mansas mascotas y fueron una liberación generalizada; las actuales pantallas de plasma se parecen más a animales salvajes sobre los que es preciso ejercer un proceso de doma. La singularidad está, en este caso, en que se trata una auto-doma es decir, de un autodominio.
”Una vida lograda” es el título de un libro del filósofo Alejandro Llano que refleja muy bien lo que deseamos alcanzar, que sólo será posible con una personalidad bien formada: realista, madura, equilibrada, objetiva y serena. Muy distinta de la personalidad inmadura que puede creerse que con formular los propósitos está el objetivo alcanzado. En alguna ocasión he leído un experimento realizado con un lucio dentro de una pecera. Se le daba de comer después de poner un cristal que dividía la pecera e impedía al pez acercarse a la comida. El animal chocaba con el cristal una y otra vez, hasta de decidía no volver a intentarlo. Entonces se quitaba el cristal y el pez ya no volvía a acercarse a la comida, podía morir de hambre. La moraleja es clara, en los humanos, los muchos fracasos no pueden frenar los nuevos intentos. Las pequeñas conquistas tienen un gran valor y más si son continuas.