Sugerencias para padres y profesores
Estos días, hablando con jóvenes estupendamente preparados desde un punto de vista académico, me llamaba la atención su desconcierto ante la falta de trabajo, de un sueldo escaso, etc. A todos les conté la misma parábola. El barco se ha hundido, mucha gente se está ahogado en el agua helada, otros sobreviven con flotadores esperando el milagro de una ayuda in extremis y, por contraste, tú dispones de un fuera borda equipado con todos los complementos. Deja de pensar en tí, y en que han venir a rescatarte, y aplícate con todas tus fuerzas al salvamento de los demás, que no tienen los medios de los que tú dispones.
Ciertamente la juventud actual es la mejor preparada de nuestra historia, pero quizá nos ha faltado enseñarles a navegar en aguas turbulentas. Para ellos y para nosotros, que también somos jóvenes, porque la crisis se encarga de embravecer las aguas y mantenernos a todos en forma, podemos formular el propósito de reciclarnos. Reflexionando sobre este reciclaje veo la necesidad de trabajar a largo plazo. Nuestro objetivo no está en el triunfo de esta tarde, sino en evitar el fracaso temprano. Con el enaltecimiento de la cultura del famoseo se ha extendido el deseo de hacerse notar, de brillar por encima de todos, y cuanto antes. Le puedes preguntar a un niño qué quiere ser de mayor y te puede responder perfectamente que aspira a ser famoso. Lo de torero, futbolista o bombero ha pasado de moda.
Para cuidar el largo plazo hay considerar en el hombre las tres dimensiones básicas: animal, racional y espiritual. Así se entiende que hay que dar más importancia a la dimensión más elevada, la espiritual; después a la racional y por último a la corpórea. Las tres se complementan y no se dan las unas sin las otras, pero hay que saber priorizar, es decir dar mayor importancia a lo importante, aunque nos resulte más costoso. Un directivo de una importante empresa nacional, afirmaba que no tenía tiempo para el estudio o la lectura, y sin embargo, dedicaba diariamente una hora al gimnasio. No me parece mal, porque el cuerpo hay que cuidarlo ya que cuidándolo se descansa la mente y enriquece el alma, pero entiendo que hay una alteración de valores, porque un directivo necesita, para atender su trabajo, un cerebro cultivado antes que un bíceps robusto.
El desarrollo espiritual es capital. Aunque no nos preguntemos diariamente de dónde venimos y a dónde vamos, es preciso que lo tengamos claro, para no ir dando bandazos en la vida. Además la formación espiritual es la que nos permite levantar la vista del momento presente y observar la vida con mirada trascendente. Estos días me han llegado varios videos en que personajes que gozan de cierta notoriedad social, como Fabio Mcnamara –cantante, pintor y actor español muy conocido en la movida madrileña- y Joe Eszterhas -guionista de la película Instinto Básico y otras del mismo género-, cuentan en los videos, que su vida ha estado llena de vacío, vacío que es amargura y soledad. Y después de muchos años caminando por el desierto con el único alivio de sus lágrimas, reconocen que el hombre sin Dios es un muñeco roto, como ha escrito recientemente Juan Manuel de Prada. Cada uno por su camino, han vuelto a encontrarse con la fe y a recobrar la felicidad. Su testimonio es su compromiso con la fe. Un compromiso que muestra un modo más acertado de plantearse la vida. Así comprenderemos que nuestro compromiso es importante y, aunque no tenemos tanta fama como ellos, sí que ejercemos mucha influencia entre nuestros hijos, alumnos, compañeros de trabajo y el círculo de amistades cercano.
Los padres y profesores, casi sin darnos cuenta, también estamos impregnados de esta cultura de la fama, y fomentamos el triunfo temprano. Imperceptiblemente, dejamos de mirar a lo lejos y planteamos los fines en metas muy cercanas. Es curioso, porque sin embargo, disfrutamos con los procesos difíciles en los que se aprecia la lucha del héroe por alcanzar su objetivo. Aceptamos el esfuerzo en la vida de los demás y, en la nuestra y la de los nuestros, procurásemos evitarlo. Recurro a una imagen que todos comprendemos bien, en la competición de Fórmula 1 es preciso dar muchas vueltas al circuito para ganar la carrera y, antes de empezar a competir, hay que contar con un buen coche, unos mejores mecánicos y un equipo que permita atender todos los pormenores. Aún así unas veces se gana y otras se pierde. Con la constancia se llega a ser un buen profesional -no necesariamente el piloto- en el que los demás pueden confiar.
También es primordial poner en el lugar que le corresponde a los bienes materiales: el dinero, la casa, el coche, y un largo etcétera, no pueden ocupar una situación de privilegio. Ponerlos en su lugar supone utilizarlos como medio y no como fin. Muchos aspiran a disponer de unos medios que son desproporcionados para su trabajo o las atenciones familiares. Entre los jóvenes vemos, por ejemplo, magníficos teléfonos móviles que superan con mucho el uso que les dan. Y con frecuencia les facilitamos regalos, caprichos, falsas necesidades, con el argumento de que todos lo tienen, etc. Y entre los mayores conozco casos de familias enteras esclavizadas por la casa solar heredada o edificada en momentos de prosperidad. Pasado el tiempo, los reveses de fortuna impiden dedicar los recursos necesarios para dar vida a la casa, y terminan dominados por ella.
Todos necesitamos casa, alimentos y vestido, e incluso un medio de transporte, pero esas necesidades hemos de atenderlas con moderación. Paracelso, el controvertido médico suizo del S. XVI, afirmaba que nada es veneno y que todo es veneno, depende de la dosis. Aquí pasa lo mismo, a base de dosis gigantes podemos envenenarnos. Recuerdo haber leído en un correo electrónico la visita de un acomodado hombre de occidente a la sencilla cabaña de un sabio oriental. Impresionado por la sobriedad de la vivienda comentó ¿dónde están sus muebles y posesiones? El sabio respondió preguntando ¿y los suyos, dónde están? El visitante se excusó diciendo, ¡hombre, yo estoy de paso! Y el sabio contestó, yo también. Efectivamente nuestro tiempo en la tierra es siempre corto.
Después de hablar de la fama y de los bienes materiales, hay que dedicar la atención a los sentimientos que, en la sociedad actual, ocupan un lugar principal, llegando a alterar las decisiones de modo grave. Me apetece, lo quiero, lo siento, son cada día más frecuentes en las conversaciones. Son buenos los sentimientos, lo malo es la dosis, la superdosis, que acaba pervirtiendo la conducta. Algunos ejemplos de todos conocidos, dos chicos enamorados prefieren seguir la conversación en la calle antes que entrar en la clase; esa cerveza de más que nos proporciona un punto de simpatía, pero que nos altera el horario y la presencia en el hogar; aquella inversión en un capricho que deja desatendidas otras necesidades. Siempre nos apetece o lo necesitamos, y se impone el sentimiento sobre la razón, sin advertir que somos los primeros perjudicados, porque este ceder y ceder ante la tiranía de los sentimientos, debilita la voluntad y arruina cualquier proyecto de vida.
Asociada a los sentimientos aparece la blandura, ese miedo al sufrimiento, a la dureza de la vida o a la escasez de recursos. Es cierto que hay gente muy dura y escasa de recursos, que sabe pelear en cada momento, pero representan un pequeño porcentaje. Es como cuando salimos a la carretera a una hora temprana, que nos llama la atención encontrarnos con otros conductores igualmente madrugadores, pero el tráfico denso aparece en horas más tardías. Como al que madruga Dios le ayuda, hemos de madrugar, hemos de estar en ese pequeño porcentaje de la gente dura, de voluntad firme.
Es el momento de actuar para conseguir los objetivos y, como todas las cosas difíciles, requieren medios adecuados, porque aquí no hay gangas. Lo primero es el batallar constante, no ceder nunca por comodidad, cansancio o distracción. Hemos de estar en guardia continuamente y para eso nos ayudará, en el caso de los padres, estar de acuerdo entre los dos, de manera que la respuesta sea contundente. En el caso de los profesores se trata de tener presente el ideario del colegio y el apoyo de la directiva.
Hay que batallar constantemente, no hay descanso, ni se puede delegar la educación en otros y, menos aún, en la televisión o internet. Lo que hagan los amigos nos importa mucho, pero nosotros tenemos nuestros fines claros y los medios para conseguirlos, que quizá no coincidan con los del amigo o vecino. En un tiempo en el que se presentan estilos de vida tan dispares es preciso tener claro cuál es el nuestro y exponer sus fundamentos tantas veces como sea preciso.
El segundo paso es hablar clara y frecuentemente con los hijos y alumnos, explicando los temas que surjan como problemáticos o confusos. Esta falta de comunicación personal entre educadores y educandos es una carencia de universal. Un ejemplo: Elena se quedó asombrada cuando su hijo de dieciséis años se despidió de su novia con un apasionado beso. Al marcharse la chica, corrigió a su hijo, que lejos de apurarse le contestó diciendo: “Mamá, si le hubiera pegado, sería lógico que me riñeras, pero un beso es sólo una muestra de cariño”. Convendrás conmigo en que detrás de esta anécdota hay conversaciones no celebradas, que ahora va a resultar difícil recuperar. Y se aprecia también el vacio de algunas virtudes. No se le ha explicado que estos amores primeros quizá resulten, pero que no es lo más probable; tampoco sabe que las chicas maduran antes, y que en dos años, él seguirá siendo un niño y ella será una mujer; ni que esas manifestaciones de afecto en público atentan contra el pudor; o que esas confianzas tempranas abren la puerta a otras intimidades mayores. En definitiva, que no podemos dejarnos engañar por la aparente candidez de la respuesta, porque lo que refleja es inmadurez. Y una persona inmadura asumiendo responsabilidades significativas es un peligro para él y para la familia.
Después de estos pasos llegamos al capítulo de la libertad. Dios nos ha dejado libres y nosotros tenemos que ir dando cada día mayor libertad y responsabilidad a nuestros hijos y alumnos. De ese modo se irán incorporando al circuito por el carril de aceleración, con seguridad, sabiendo que han de cuidar todos los detalles, atendiendo a las indicaciones del equipo y dejándose ayudar. Enseñar a vivir la libertad con responsabilidad es la tarea final. Lo demás queda como preparación. Cuánto más y mejor ejerciten la libertad mejor les irá, ocasiones no les van a faltar.