Formarnos para dar razón de nosotros mismos
Cuenta la leyenda que a un carbonero que cruzaba el Danubio, camino de la ciudad, con su carga de picón, se le acercó el demonio pidiéndole que le explicara algunos de los misterios de la fe. El carbonero pretendió conformar con su exposición al caminante, pero no lo consiguió. Ante las preguntas cada vez más agresivas, el sencillo hombre de campo, con la fe firme, declinó esa tarea para los doctores de la Iglesia.
En la actualidad, sin embargo, estamos obligados conocer los fundamentos de nuestra fe y saber exponerlos sencillamente, cuando la ocasión lo requiera, bien en nuestro provecho bien en el de los demás. No podemos conformarnos con la fe del carbonero, que trasladaba la responsabilidad a los doctores de la Iglesia, hemos de poder defender nuestras convicciones no sólo con nuestra vida, sino también con nuestros argumentos, porque la fe es razonable. Dar razón de nuestra esperanza era el lema del primer viaje a España de Juan Pablo II, en 1982. Nos invitaba a que supiéramos no sólo vivir cristianamente, sino que supiéramos explicárselo a los demás, a los que nos preguntan: ¿Por qué vas a Misa? ¿Por qué tienes tantos hijos? ¿Para qué quiere la Iglesia tantas riquezas?, etc. Era una invitación a que nos convirtiéramos en comunicadores de esperanza, porque a cada generación de cristianos le corresponde redimir su propio tiempo.
Con frecuencia los niños en los exámenes de matemáticas repiten que saben la materia pero que no saben explicarla, quizá también nos pase eso a nosotros cuando nos plantean un problema doctrinal, pero no debería ser así, porque un saber que no puede comunicarse es un saber muy imperfecto. Y no tenemos excusa. Porque ninguna institución en el mundo, ni siquiera la universidad, tiene la inquietud formativa de la Iglesia. Desde la catequesis para el bautismo, pasando por la de la primera comunión, o los cursillos prematrimoniales, hasta las homilías de las misas o la atención personal de los sacerdotes, toda nuestra vida está llena de medios de formación. Aún hay que sumar el abundante material impreso: catecismos, libros doctrinales y documentos del Magisterio, hoy al alcance de la mano a través de internet.
La formación requiere estudio, atención, dedicación de tiempo, esfuerzo intelectual. Forja, n. 841. Urge difundir la luz de la doctrina de Cristo. Atesora formación, llénate de claridad de ideas, de plenitud del mensaje cristiano, para poder después transmitirlo a los demás. No esperes unas iluminaciones de Dios, que no tiene por qué darte, cuando dispones de medios humanos concretos: el estudio, el trabajo. Tenemos que volver a estudiar, subrayar, memorizar. No basta con tener nariz católica. Hemos de disfrutar leyendo y estudiando los temas doctrinales que estén más de actualidad, para llegar al fondo. Hemos de entender el contenido de nuestra fe. Si no tenemos soltura con la doctrina, no podremos ofrecer solución a los problemas que nos planteen.
Cuando entendemos lo que pasa es posible razonar positivamente ofreciendo una solución alternativa. Cuándo lo que tenemos enfrente no lo conocemos el balance que hacemos es tremendo. Cuando lo noche lo cubre todo con su sombra nos asuntan los objetos y animales más inocentes. Cuando los vemos a la luz del día cobran objetividad y carecen de peligro. Es como si el peligro lo pusiéramos nosotros y la luz lo disipara. La reacción, en estos casos, suele ser desproporcionada y el marco del diálogo suena destemplado y se descalifica por si mismo.
La formación primero nos beneficia a nosotros mismos. Nos presta palabras y conceptos que nos ayudan a explicarnos a nosotros mismos. Aprenderemos a describir nuestros pensamientos, conflictos, todo nuestro interior, porque la doctrina configura una concepción del hombre que ayuda a conocernos y a conocer a los demás. Además, un conocimiento profundo de Dios ayuda a tenerle más cerca y presente y, en consecuencia, a vivir una vida orientada hacia Él. Suelen coincidir las personas formadas, con las que tienen vida interior y madurez personal, porque la formación no es un fin en sí misma es la identificación con una doctrina, que hacemos vida, la vida de Jesucristo. Me contaba Susana, que cursa un Master en Ciencias de la Familia, que al llegar a casa oyó como su marido le formulaba rutinariamente la pregunta siguiente: ¿te sirve para algo lo que estudias? Ella contestó con otra pregunta: ¿Notas tú que estoy haciendo el Master? La respuesta fue afirmativa, porque la formación siempre se manifiesta en detalles reales, no sólo teóricos.
Los cuatro aspectos de la formación doctrinal vienen claramente diferenciados en el Catecismo de la Iglesia Católica: el credo, los mandamientos, los sacramentos y la oración. Durante siglos la Iglesia ha custodiado un depósito doctrinal que con el tiempo ha ido desarrollando, sin retrocesos, ha sido un continuo avanzar hacia Dios.
Quizá nos ayude a entenderlo mejor el ejemplo de la fotografía, el arte del tiempo presente, tan asequible en la era de la electrónica. Allí tenemos:
- El encuadre: Que es el marco en el que alojar la escena. Podemos hacerlo corresponder con el Credo, el contenido de nuestra fe: tiene que estar bien definida: no admite añadidos ni recortes del motivo central.
- La escena: Que es el objetivo buscado. Es nuestra propia vida vivida en coherencia con la fe. Son los Mandamientos, por los que hemos de dar tantas gracias a Dios. Nos ayudan a vivir a con plenitud y a evitar numerosos errores.
- La luz: Que supone la esencia intocable, al alcance sólo de los mejores fotógrafos. Es la ayuda divina que recibimos de los Sacramentos.
- El mensaje: Cada fotografía dice algo, transmite un mensaje, una emoción. Es la Oración: un mirar a Dios y sentirnos mirados. A veces no hacen falta palabras porque Él lo sabe todo y nosotros recibimos su aliento y su consuelo.
Los fotógrafos expertos manejan otros muchos parámetros que también podemos descubrir, siguiendo la comparación serían: la historia de la Iglesia, la liturgia, la Sagrada Escritura, etc.
La formación adquirida va forjando nuestra personalidad y nos prepara para defender los postulados cristianos en la vida social. Hoy tenemos muchos problemas mal enfocados y resueltos, como consecuencia de una cultura relativista. Esta necesidad de doctrina nos obliga a asumir la responsabilidad de convertirnos en maestros. Hace unos días saludé en la imprenta a la persona que atiende la guillotina. Estaba cortando los folletos de una exposición de arte que se celebrará en la catedral de Málaga. Me preguntó que significaba la cruz. Sorprendido le pregunté si sabía que Cristo había muerto en ella, me dijo que sí, pero que no sabía por qué. Se quedó agradecido cuando entendió que lo había hecho por nuestra salvación. Y eso que en Málaga tienen un Semana Santa puntera.
Algunos temas actuales que requieren una específica formación. Cito algunos importantes:
- La defensa de la vida: La vida es el fundamento de la convivencia, atentar contra ella en cualquier nivel de desarrollo, es el peor crimen posible. No se puede admitir. En occidente se consideran normales, actos tan graves como el aborto, la eutanasia, la contracepción o el bebé medicamento.
- La ética profesional: Estamos viendo continuos casos de corrupción en la vida política y empresarial. La situación no se arregla poniendo un policía en cada esquina, porque también los policías se corrompen. Sólo se puede corregir con formación, que orienta la conducta hacia la verdad.
- Matrimonio y familia: Es la institución más valorada y la más denostada. ¿Qué hacemos para defenderla? El divorcio y la infidelidad son las peores soluciones para resolver los problemas matrimoniales, y los hijos son los más perjudicados.
- La educación: Configurar la conciencia de los niños es una delicada tarea que, cuando menos, los padres y profesores han de custodiar. No se puede tolerar la injerencia del Estado en la educación de valores de los niños, si estos valores no se acomodan a la verdad.
Juan Pablo II hablaba de la nueva evangelización, al referirse a algunos países de raigambre cristiana que se habían alejado de la fe. Nosotros podemos hablar de recristianización, una labor que se ha de hacer a nuestras expensas: ¿quién no puede ayudar en la catequesis de la parroquia? o ¿prepararse para dar clases en un colegio?
Benedicto XVI, en su primera visita a África aludió al uso del preservativo, señalando que no es la solución al sida. Hubo un revuelo universal, pero a los pocos días Edward Green, el mayor experto en sida de Harvard, le dio la razón al Papa: “A mayor disponibilidad de preservativos, aumenta la tasa de contagios”. También mi amigo Alberto publicó una carta en la prensa en la que desenmascaraba la hipocresía de occidente frente a África, señalando que: “el preservativo es como echar gasolina al fuego; pero no es ese el verdadero problema. Para empezar, la Iglesia quiere que cada hombre y cada mujer tenga las condiciones de vida acordes con su dignidad y pueda decidir con libertad su proyecto personal, familiar y social. Esto significa paz, trabajo, desarrollo, libertad, etc. Pues bien, lograr esto en África supondría una implicación del mundo desarrollado grande, constante, generosa y costosa. La realidad, en cambio, es que África está olvidada, explotada y abandonada en manos de gobernantes que son verdaderos criminales. Lanzar preservativos es mucho más barato y mucho más cómodo; pero los preservativos no dan de comer, no crean riqueza, no detienen las guerras, no educan a los niños, no tienden carreteras, no abren pozos, no frenan la corrupción, no emancipan a la mujer…, y desde luego no salvan vidas”. Es un ejemplo de cómo se impone lo políticamente correcto, por encima de la cruda realidad.
La sociedad pide líderes, necesita de los testimonios. No es suficiente la teoría, quieren ver, en la práctica, que nos preocupamos de los demás. El ejemplo es el arma del momento. Nos tienen que preguntar: ¿por qué siempre estás contento?, ¿de dónde sacas tiempo para ayudar a los amigos? Somos un referente para la sociedad, quizá nos parezca que pasamos la vida templando gaitas, pero no es así. Nos miran y nos imitan, y agradecen nuestro comportamiento y los consejos que damos. El carisma cristiano, esa semilla sembrada por Cristo, no ha perdido su pujanza. Es de importancia extraordinaria: es una revolución. Hemos de estar orgullosos de la fe que profesamos.
Un buen propósito sería destinar un tiempo diario, diez minutos son suficientes, a la lectura del Evangelio y de otros libros doctrinales, como El compendio del Catecismo. Nos quedaríamos asombrados al contemplar la biblioteca formada, con los libros leídos, al cabo de unos años. Nos interesan los libros escritos por santos o por sabios. Junto al tiempo diario un mayor tiempo semanal e incluso un periodo más amplio cada mes. Hay muchas y selectas páginas web de pensamiento cristiano que podemos visitar para encontrar buenos e interesantes artículos. La fe requiere estos sacrificios para dar respuesta a nuestros interrogantes y a los del entorno. Seguramente recuerdas aquellos tiempos de recreo a los que renunciabas para preparar una asignatura. A mí me sonaban más alegres que nunca las voces de mis compañeros jugando bajo de mi ventana. Había que vencer el atractivo del canto de las sirenas, amarrándose con fuerza al banco de la clase.
Por Juan Ángel Brage
en Revista ARVO