Cualquier conflicto familiar supone una alteración emocional para el sujeto y para la familia. El modo que adopte la familia para afrontar el problema, repercutirá en la evolución del conflicto y en la calidad de vida de sus miembros.
Estar deprimido no es tener una depresión
Técnicamente no es lo mismo estar deprimido que tener una depresión. Dos expresiones que a simple vista parecen equivalentes, no lo son para los especialistas en salud mental. Se sabe que el 20% de las personas que acuden al médico de familia lo hacen por sentirse tristes, desanimadas, con ganas de llorar, con pocas fuerzas para afrontar los retos del nuevo día, aquejadas de dolores de incomprensible origen o sentimientos de impotencia e inutilidad; pero también tenemos la experiencia de que, en unas horas o pocos días o incluso ante la aparición de una buena o agradable noticia, nuestro estado de ánimo cambia.
Al paciente que tiene una depresión no le sucede lo mismo. Ante un Episodio Depresivo Mayor (EDM) le fallan las fuerzas, se siente triste, apagado, fatigado, conmovido por cualquier evento desgraciado del mundo, con ganas de llorar y sin querer ver a nadie. Siente insuficiencia y desesperanza, quiere estar solo, acostado, sin perturbaciones ni estímulos sensoriales, sin apetito y con el sueño roto. Además, no puede desempeñar con normalidad su trabajo habitual y se ven afectadas las relaciones sociales, conyugales y familiares.
En estas circunstancias se encuentran actualmente entre 150 y 250 millones de personas en todo el mundo. Es el trastorno mental más frecuente en España, y la Organización Mundial de la Salud la considera como la principal causa de discapacidad.
El 4,5% de los varones y el 9% de la mujeres padece depresión en España
Se sabe que, en la actualidad, un 4,5% de los varones españoles y el 9% de las mujeres padece un ‘trastorno depresivo mayor’ (TDM), mal que se asocia cada vez más a diferentes factores psicosociales relacionados con el aumento de la esperanza de vida, el consumo de sustancias e incluso la pérdida de los valores individuales. A pesar de todo, todavía el trastorno depresivo continúa presentándose a etapas tempranas de la vida. La media de edad son los 40 años.
Respecto a las causas, por un lado existen diferentes factores biológicos, pero cada vez más cobran mayor importancia los factores psicosociales. Desde los estudios neuroquímicos llevados a cabo durante las últimas décadas del siglo pasado se conoce que varios neurotransmisores como la serotonina, la noradrenalina y la dopamina desempeñan un papel determinante en la aparición de la sintomatología depresiva.
Los factores etiopatogénicos psicosociales pueden dividirse en dos grandes grupos: los que están relacionados con situaciones estresantes para la persona y los relacionados con el soporte social. Se sabe que el riesgo de padecer un trastorno depresivo se multiplica por tres si existe un ‘acontecimiento vital estresante’ (AVE) en los seis meses previos al inicio de la sintomatología.
Vivir una pérdida
Los acontecimientos que más influyen en la aparición de un episodio depresivo mayor son los referentes a ‘pérdidas’, es decir, la muerte de un cónyuge o familiar, una situación de separación o divorcio, jubilación, situación de desempleo, enfermedad o el abandono del hogar de algún cónyuge.
La adaptación y satisfacción conyugal desempeñan un papel importante en la producción y mantenimiento de los síntomas depresivos, aunque todavía hoy no está resuelto el llamado ‘problema de la causalidad’. Existen estudios contradictorios referentes a si la depresión es previa a la disfunción conyugal o consecuencia de ésta. En los últimos años se cree que la influencia puede ser mutua y que, además, podría existir una tercera variable que medie entre los otros dos, es decir, factores de personalidad, dificultades en las relaciones sociales, autoestima de los esposos, desigualdades de poder en el matrimonio, etc.
La depresión provoca alteraciones de la comunicación en el ámbito conyugal y familiar, alteraciones de las relaciones sociales y aumento de las dificultades en la resolución de problemas. Del mismo modo, una mala relación conyugal puede aumentar entre 10 y 25 veces la probabilidad de padecer un trastorno depresivo mayor. Sin embargo, la asociación de un cuadro psicopatológico depresivo e insatisfacción conyugal puede aumentar hasta un 70% el riesgo de separación matrimonial.
Se conoce que el grado de satisfacción en el matrimonio empeora tras los primeros diez años, aunque esta cuestión depende, entre otros factores, del patrón familiar, los hijos, la situación económica de la familia, la capacidad de comunicación del matrimonio, etc. Tres factores tienen especial importancia en la satisfacción del matrimonio, las características personales de los cónyuges, ciertos acontecimientos estresantes que pueden poner en riesgo la estabilidad conyugal y las habilidades de las que disponga el matrimonio para resolver sus problemas.
Influencia en el cónyuge
Un grupo de investigadores del departamento de Psiquiatría y Psicología Médica de la Clínica Universitaria de Pamplona ha estudiado la disminución en la capacidad de adaptación y satisfacción matrimonial provocada por trastornos depresivos mayores. Para ello, han analizado la relación conyugal de 71 matrimonios a lo largo de seis meses.
De estos matrimonios, uno de los cónyuges acababa de ser diagnosticado por primera vez de un Trastorno Depresivo Mayor por un especialista en Psiquiatría. Las parejas fueron comparadas con otros matrimonios de similares características sociodemográficas pero sin ningún cónyuge enfermo. Los matrimonios estudiados tenían una edad media de 44 años, llevaban casados de media 17 años y tenían un promedio de uno o dos hijos.
El grado de adaptación y satisfacción conyugal se midió mediante la Escala de Ajuste Diádico (DAS) y el Cuestionario de Áreas de Cambio (ACQ) una vez al inicio del Trastorno Depresivo y otra al cabo de seis meses, cuando el casi 70% de los enfermos ya no padecía síntomas depresivos.
Además, valoraron la personalidad de los pacientes mediante el Inventario de Personalidad NEO-PIR. Según las conclusiones del estudio, el paciente deprimido se siente menos satisfecho de su relación conyugal al inicio del cuadro clínico. El trastorno afecta al estado de ánimo de dos tercios de los cónyuges sanos. Si se comparaban los matrimonios con un cónyuge deprimido con los matrimonios sanos, de nuevo se observaba que el grado de adaptación y satisfacción conyugal era peor en los matrimonios con un cónyuge enfermo tanto al inicio del episodio como a los seis meses.
Pero si se analizaba la relación entre el funcionamiento conyugal y la posibilidad de curación del trastorno depresivo se veía que cuanto más satisfecho se encontraba el matrimonio con un cónyuge enfermo o menos cambios deseaba hacer en su relación matrimonial al inicio del cuadro, más probabilidades había de superar el trastorno depresivo.
Artículo del Dr. Adrián Cano, psiquiatra de la Clínica Universitaria de la Universidad de Navarra. Fue publicado en El Correo (29-XI-2005). Tomado de Almudí.org
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