La queja es la reacción espontánea frente a alguna contrariedad que nos sorprende. Nace cuando se manifiesta la desproporción entre lo deseado y lo real. Como el tenor de vida de los últimos decenios ha sido más blando que en años anteriores, la generación actual ha marcado esta nueva tendencia, que tenemos que calificar de negativa y tratar de revertir con un empeño decidido. Nos puede ayudar la actual crisis económica, porque con ganas o sin ellas, nos obliga a ser más recios.
En principio, la persona madura sabe sobreponerse a la contrariedad y continuar adelante con naturalidad, pero eso no pasa siempre. En ocasiones, lo que se pide o desea es una quimera, como el caso del niño que busca el fruto del albaricoque al día siguiente de plantar la semilla, al comprobar que aún no hay señales de vida, vuelve a su madre planteándole la queja. El niño aún no conoce la realidad, poco a poco la irá poseyendo, mientras tanto se va fortaleciendo en el encuentro con estas contrariedades. La persona madura se queja, porque la vida está llena de sorpresas y, en algunas ocasiones, superan nuestra disposición al combate, pero lo hace en contadas ocasiones. Hay casos excepcionales que son capaces de asumir con naturalidad graves conflictos. Recuerdo el elogio de un jefe militar a un compañero fallecido en acto de servicio, en Irak. Decía de él: “En todas las ocasiones en las que le encargué una misión, la respuesta fue la misma”: “¡sin pegas, mi comandante!”. Era un soldado que sabía hacer fácil, lo difícil. Nos referiremos aquí a la persona adulta y normal, que sabe que la vida es lucha y que quiere vivir feliz y hacer felices a los demás. Se dan casos patológicos, que requieren el apoyo médico, en los que la queja es la actitud vital ordinaria, logrando llenar de amargura todo su entorno. Pero esos casos requieren otro tratamiento.
En primer lugar hemos de saber que la queja procede de una actitud interior negativa, que hemos de modificar para ganar en calidad de vida. Un proverbio oriental aporta unas gotas de sabiduría sobre el tema: Si tu mal tiene remedio ¿por qué te quejas? Si no lo tiene ¿por qué te quejas? Avanzando en esa línea nos esforzaremos en luchar para evitar que la queja tome demasiado cuerpo. Nos conviene crecer en fortaleza, porque son muchas las dificultades a las que tendremos que hacer frente. Suponiendo que cada día haya una contrariedad principal, seguida de otras menores que no contamos, una persona de ochenta años, habrá tenido que superar más de 30.000 obstáculos. Se ve claro que una personalidad débil sucumbirá en el empeño de llegar al final de la carrera con energía. Hay que tener en cuenta que los niños deben superar dificultades, y que con pocos días, ya saben quejarse y han aprendido que es rentable. Por lo menos eso es lo que afirmaba Fran de Jimena, su tercera hija, que lloraba para que la cogieran en brazos y le hicieran caso, antes de llevar una semana en este mundo.
Nuestro objetivo no es desterrar la queja totalmente, no sería humano. En algunas ocasiones y en algunos ámbitos más cercanos, incluso puede ser conveniente; pero hay que hacerlo con prudencia, porque si se sobrepasa el contenido y el límite, estaremos alejando de nuestro entorno a las personas que desearíamos tener cercanas. El primer ámbito es el interior, que muestra un grado de fortaleza alto y ayuda a no contaminar el ambiente, pero no es suficiente porque genera negatividad. Luego viene la familia, dónde ya somos hondamente conocidos y nos permiten algunos desahogos; y más tarde, el entorno profesional o social, en dónde se requiere ser más cauto. La receta es esta: si no hay queja interior no la habrá exterior; si no me quejo en casa, no me quejaré en la oficina; y si no me quejo en la oficina no me quejaré en el metro. Entiéndase bien que no se trata de crear una mentalidad indiferente o durmiente, todo lo contrario, lo que está mal debe corregirse, y en eso hemos de comprometernos. Los buzones de sugerencias y de reclamaciones los llenan ordinariamente las personalidades seguras. Lo que no admitimos es la queja inútil, estéril. Me gustó saber que, en las pruebas olímpicas de gimnasia, puntúa la apariencia de naturalidad, en la que el atleta muestra que realiza el ejercicio sin dificultad.
Para corregir esta tendencia, hemos de evaluar el carácter, por ejemplo, contando las veces que la queja acude a nuestra mente y a nuestra lengua, en un día cualquiera. Es fácil, un repaso de la jornada nos lleva a detectar los puntos críticos: un cambio de plan, un encargo enojoso, una reducción de sueldo, una enfermedad, etc. A continuación se revisa si la queja ha estado presente, tanto oculta como manifiestamente. Inicialmente conviene fijarnos un nivel y, a partir de ahí, luchar para erradicar esa actitud: ayuda llevar la cuenta y detectarla cuanto antes; ayuda el buen humor, que nos lleva a reírnos y a aceptar que nos corrijan; y ayuda la intensidad de la decisión tomada. Mi modesta experiencia me dice, que es más fácil que una persona deje de fumar tras una firme decisión, que intentando reducir paulatinamente el número de cigarrillos. Si nuestra decisión es firme habremos avanzado mucho. Domingo, en un reparto de tareas domésticas con Laura, su mujer, asumió ocuparse del baño nocturno de los niños. Pero del dicho al hecho hay un gran trecho. Y cuando Domingo lograba llegar a casa con cierta puntualidad, después de una intensa jornada de trabajo, aquella tarea le superaba ampliamente y llenaba de mal humor. Como buen deportista aguantó el tirón y ahora comenta que es el momento más gozoso de su jornada. Algunos días, Laura, atraída por la fiesta en la que se ha convertido el baño, se acerca a participar de esa alegría.
Durante la Revolución Francesa se utilizaron los Libros de Quejas, como modo de participación ciudadana en la marcha de la nueva Francia. Reunidos los pueblos en asamblea, redactaban el listado de sus reclamaciones al Gobierno de la nación. Quizá nos sirva a nosotros elaborar esa lista para luego analizarla con objetividad. Pero nos hemos saltado un paso: determinar por qué me afectan tanto los contecimientos, por qué tengo una sensibilidad tan acentuada, por qué soy tan vulnerable. Este punto requiere una honda reflexión. Podemos descubrir que en la infancia hemos estado excesivamente protegidos o que con facilidad conseguíamos todo lo que queríamos, es decir que contemplábamos los toros desde la barrera y no hemo madurado suficientemente; pero no es tarde, estamos en el momento preciso. Y no hay que uejarse de los padres, porque estamos viendo que tampoco a nosotros, ya maduros, nos resulta fácil encontrar los puntos enlos qué debemos cambiar.
En ese entrenamiento para fortalecernos hay que volver a la lucha una y otra vez, como hacen los buenos deportistas, que después de cada “lesión” procuran recuperarse lo antes posible. De este modo, con estos entrenamientos, exageraremos menos, iremos dando menos importancia a esas circunstancias adversas y, con el tiempo, las consideraremos como ordinarias. No todos los niveles son iguales: hay gente que tiene unas condiciones de vida muy dura, p. ej., en una etapa de guerra, en la enfermedad, en el paro, etc. Mi amigo Carlos después de un intenso tratamiento contra el cáncer, fue recibido por el médico que, dirigiéndose a él, le dio cuenta del resultado de los análisis, todos perfectos, y le felicitó. Tras las correspondientes indicaciones sobre las fechas de revisión, etc. se despidió de él llamándole Alejandro. Carlos le corrigió tímidamente y él médico mirando el informe pudo comprobar que se había equivocado.Sacó el verdadero del ordenador, pero el resultado era muy distinto. Conocer estas situaciones en otras personas, nos impulsa a aportar sentido común y objetividad, porque quizá nuestra contrariedad no es tan alta. Otro adagio, esta vez de un antiguo marinero: Los que se quejan de los vientos, son aquellos que no saben navegar.
Un capítulo al que hay que prestar atención es como me influye “el qué dirán”. Es lógico que nos importe la opinión de los demás, pero dentro de ciertos límites, hay un momento en que nuestra personalidad tiene que prescindir de las opiniones ajenas, y actuar en consecuencia. Nuestra misión no es ser famosos o caer simpáticos a todo el mundo, nuestra misión se dirige a desarrollar la vocación, las capacidades y a conseguir una personalidad armónica, que trabaje en servicio de los demás. Pero en el caminar de la vida no todo es ideal, no lo puede ser; por tanto el fracaso y los aspectos negativos de la vida los tenemos que integrar positivamente, en parte como experiencia y en parte como entrenamiento. Desde un punto de vista cristiano tenemos mucha ventaja, porque el fracaso, el dolor e incluso la muerte, tienen para nosotros sentido. Estamos demasiado acostumbrados a mirar el crucifijo y quizá no valoremos suficientemente lo que supone que el Hijo de Dios haya muerto por nosotros en ese suplicio. Sólo una visión trascendente de la vida aporta serenidad ante los graves acontecimientos y sólo nuestra referencia sobrenatural logra valorizar los sacrificios a los que la vida nos enfrenta. También en este marco el servicio que podamos prestar a las personas y a la sociedad tiene un valor añadido. Si detectamos que una situación nos afecta y se repite frecuentemente, hay que procurar cambiarla. A veces parece que disfrutamos quejándonos siempre de lo mismo, y no queremos corregirlo o no ponemos los medios adecuados. Si el grifo gotea y nos molesta, una llamada al fontanero lo soluciona, y así con otras muchas cosas de mayor calado. Si no se puede cambiar continuaremos con el fortalecimiento interior, pero si se puede se cambia. Un cuento de Pedro Pablo Sacristán muestra como el tintero, la pluma y el papel lloraban juntos su inutilidad, hasta que se dieron cuenta que sumando esfuerzos podían escribir bellas historias para educar y entretener a los niños.
Es frecuente que nuestra queja se dirija interiormente hacia los demás, porque no apoyan suficientemente lo que nosotros hacemos. Nos vemos madrugando, corriendo y desviviéndonos; mientras que nos parece que los demás ni corren, ni madrugan y que sólo viven para ellos. Sin darnos cuenta, queremos hacer girar el mundo entorno a nosotros mismos y eso, además de no ser bueno, no es posible. No pensemos solo en pequeños detalles, esta actitud ha de servir para enfrentarse con los graves problemas sociales para tratar de ponerles remedio. A veces una carta a la prensa o a la televisión, al primer ministro o al Papa, puede tener un alcance muy superior al que habíamos previsto. Si además, nos preguntamos qué más podemos hacer, nos ayudará crecer humanamente. La queja va unida frecuentemente a alguien a quién culpamos de nuestros males. Ahí solemos equivocarnos, porque aunque otros intervengan en la generación de nuestros males, será siempre la falta de madurez la verdadera culpable. En este mundo las cosas circulan siempre con imperfecciones, de modo que todos somos culpables. Buscar un chivo expiatorio para nuestras quejas no tiene sentido, y si la búsqueda fuese diligente, quizá nos topásemos con nosotros mismos.
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Por Juan Ángel Brage
Jaén, 19.8.13
Foto Ismael MS