A nivel social y familiar se puede observar un fenómeno paradójico. Por un lado se exaltan valores como la independencia y la autonomía, mientras que por otro lado se evidencia una excesiva sobreprotección de los padres hacia los hijos. Una de las consecuencias de este mensaje contradictorio, haciendo una lectura más social que psicológica, es una juventud que goza de muchos derechos pero de muy pocos deberes y obligaciones. Si esta última era una lectura social, la interpretación psicológica que podemos hacer es que las nuevas generaciones, en realidad, son menos autónomas e independientes.
Alcanzar mayor nivel de autonomía es una tarea evolutiva de la adolescencia, es decir, una adolescencia deseada es aquella que provoca en el joven la necesidad de encontrar su propio espacio y formar su propia identidad. Dicha tarea evolutiva, debido a los cambios que produce, conlleva un coste emocional por parte de padres e hijos que en demasiadas ocasiones no están dispuestos a asumir. Es por ello que, los jóvenes de hoy no logran una autonomía real, indicativa ésta de una personalidad madura, más bien, estaríamos hablando de una juventud que se configura de manera pseudo-autónoma.
En los padres, por su parte, ante los comportamientos típicos de la adolescencia surgen dos emociones, miedo y desorientación. ¿Cuál es el problema? El problema no es el deseo de autonomía del joven, el problema tampoco es el miedo que siente el padre ante las nuevas demandas del joven, el problema es la desorientación que sufren los padres. El no saber qué hacer cómo padres y, qué funciones han de cumplir dentro del sistema familiar, les lleva a reproducir respuestas que pueden convertir lo que en principio puede ser “normal” en algo patológico.