Epidemia de soledad
Un número considerable de hombres y mujeres sufren lo que los científicos sociales y los profesionales médicos llaman una “epidemia” de soledad. Más de cincuenta años después del éxito de la revolución sexual, surge la paradoja de que los países del planeta con mejores índices económicos son también aquellos en los que muchos de sus ciudadanos están más empobrecidos emocionalmente. Esto se ve particularmente, aunque no solamente, en cómo viven los ancianos.
El New York Times publicó una historia desgarradora sobre cómo se ve la escasez de nacimientos desde el otro extremo del telescopio del tiempo. El artículo comienza así: “4.000 muertes solitarias por semana… Cada año, algunos de [los ancianos de Japón] mueren sin que nadie lo sepa, solo para ser descubiertos después de que sus vecinos perciban el olor”. La historia continúa y señala que generaciones de cunas vacías también han dado lugar a una nueva industria: empresas que limpian los apartamentos de los que mueren solos. (…) En Suecia, un documental sobre “La teoría sueca del amor” contó historias desgarradoras de muertes solitarias en los países escandinavos. En Alemania, Der Spiegel publicó un artículo titulado “Solo por millones: la crisis de la soledad amenaza a las personas mayores alemanas”. (…)
La larga cadena de exparejas que es ahora típica de las relaciones amorosas occidentales confunde los lazos de parentesco
La aritmética detrás del nuevo aislamiento es simple. No solo el divorcio y la cohabitación han debilitado la atracción gravitacional de la familia, sino que también la anticoncepción y el aborto generalizado han reducido aún más el núcleo familiar. El resultado es una nueva generación de ancianos, muchos de los cuales llegan al final de sus años no solo sin dientes ni ojos, sino sin cónyuge, sin hijos y sin nietos. Esta realidad que se ha pasado por alto explica la importancia de otro tema político candente: la presión para facilitar el acceso a la eutanasia en todas las naciones avanzadas. (…)
Familia fantasma
Un fenómeno que ha llegado a caracterizar cada vez más vidas durante la última mitad del siglo es lo que podrían llamarse los miembros de una familia “fantasma”. Muchas personas posrevolucionarias, ya sea por elección o por accidente, pasan por la vida con una vaga consciencia de las vidas familiares que podrían haber tenido, pero que no tienen, ya sea por la ruptura de la familia en la infancia o por la larga cadena de exparejas que es ahora típica de las relaciones amorosas occidentales, o por el aborto, o la falta de hijos por propia elección, o la interrupción de otras fuentes de lo que podría llamarse una familia.
Muchos estamos acostumbrados a patrones de monogamia en serie, por ejemplo, en los que una pareja es seguida de otra. Cuando hay niños, esto significa un cambio constante de los miembros de la familia. Algunas veces hay una relación biológica con estos miembros, otras veces no: padrastros, medios hermanos, hermanos enteros, “tíos” y “primos” nominales, y otras permutaciones que imitan y sirven como un sustituto de las relaciones propias de una familia biológica. (…)
El resultado de todos estos yoes cambiantes y giratorios es que muchas personas no tienen experiencia de algo que le ha pertenecido a la humanidad a lo largo de la historia: un círculo confiable de rostros, muchos de ellos biológicamente relacionados, presentes de manera más o menos constante, desde las primeras etapas de la vida y la adolescencia hasta mucho después. (…)
Para muchas personas, por todo tipo de razones, esas caras ya no existen. Sea cual sea la postura que se tenga en las batallas de las “guerras culturales”, aquí es irrelevante. Está claro que la relativa estabilidad de la identidad familiar de ayer era capaz de responder a la pregunta que está en el corazón de la política identitaria, ¿Quién soy yo?, de una manera que muchos hombres, mujeres y niños ya no son capaces de responder.
Fuente: Mary Eberstadt, Gritos primigenios.