En una ocasión le preguntaron al rector de la Universidad de Harvard si ese centro académico era la mejor del mundo. El rector, a pesar de que muchos premios Nobel trabajan en el campus, declinó elegantemente la respuesta, diciendo que era imposible señalar a una cómo la mejor de todas. Sin embargo, añadió, estoy seguro de que está entre las tres mejores. Cabría afirmar lo mismo de los trabajos del hogar: no se puede decir que sea el mejor trabajo del mundo, pero sin duda está entre los tres primeros.
Se podría demostrar esta afirmación considerando las dimensiones principales del trabajo, y comprobando que en las tareas del hogar estas dimensiones pueden alcanzar cotas muy altas, pero dejémoslo por el momento. Basta con una somera referencia sobre su aportación al bienestar de los hombres, que recuperan en su hogar, como en ningún otro sitio, la energía que han consumido a lo largo del día. Allí se resuelven todos los problemas ordinarios y extraordinarios, que son muchos. Allí podemos volver cuando fracasamos, nos quedamos en paro o caemos enfermos, porque sabemos que somos acogidos sin ninguna duda o vacilación. Son muchas las personas que valoran el inmenso esfuerzo que requiere la buena coordinación familiar: horas de escucha, de comprensión, de atención personal, de exigencia amable, etc. No en valde todas las encuestas presentan a la familia como la institución más valorada en nuestro país.
Por otro lado, para materializar con perfección las diferentes tareas domésticas se requiere poner en juego todas las capacidades disponibles, lo que nos impulsa a sacar lo mejor de nosotros mismos. Como el trabajo es la realización más plenamente humana, y la que más fielmente refleja a la persona, todos los trabajos son igualmente dignos (tienen la dignidad de la persona), independientemente de la cotización social de la que gocen en una época determinada. Es más, lo que la sociedad entera espera de cada persona singular, y que cada una está obligada a aportar, es un trabajo bien hecho. Se entiende así que, para una persona con sentido de la trascendencia, el trabajo –éticamente realizado- se pueda ofrecer a Dios como una acción de gracias que se prolonga a lo largo de la vida.
En la cadena de hoteles Carlton tienen un lema aplicable a los empleados de la institución: “Somos damas y caballeros que servimos a damas y caballeros”. Entre otras cosas, señala una particularidad muy importante, que para atender a las personas se necesita la máxima cualificación y, por supuesto, que no es menos el que sirve que el servido. Si este planteamiento se aplica a la hostelería, cuanto más se puede predicar de la vida en el hogar en dónde existen fuertes vínculos afectivos.
Es difícil realizar bien las tareas del hogar por la variedad tan amplia de funciones. Se requieren unos conocimientos de cocina y nutrición muy cualificados, porque la alimentación es un factor básico para la buena marcha de los miembros de la familia. Gracias a Dios en España tenemos una cultura gastronómica popular reconocida internacionalmente, pero me parece que las generaciones nuevas no la están asimilando. Hablando recientemente con un inmigrante de un país americano, me comentaba que ellos no tenían una gastronomía propia, y que su alimentación es muy rudimentaria y repetitiva. Cuidemos por tanto lo que tenemos y mejorémoslo. Se requiere también un conocimiento avanzado de psicología que ayude a enfocar acertadamente las pequeñas crisis que surgen casi a diario. Es preciso un mínimo de capacidad de administración para plantear el futuro inmediato y el no tan inmediato, adelantándose al momento de decidir. La elección de carrera, por ejemplo, le corresponde a cada uno de los hijos en su etapa de bachillerato, pero es preciso reforzar u orientar esa decisión con el sentido común y el hondo conocimiento que unos padres tienen de sus hijos. No resulta nada fácil salir airoso de estas tareas, pero es posible, y es un reto en el que hay que empeñarse con los cinco sentidos. Por eso hemos de valorar y hacer valorar este trabajo.
Ordinariamente la mayor parte del peso de este trabajo ha recaído sobre la mujer, y hemos de reconocer que merece una alta calificación. La única objeción que pondría es que, en algunos casos, no han sabido delegar sus funciones o repartir su trabajo entre los miembros de la familia, casi siempre por un acentuado espíritu de servicio, pero de corta visión.
Hoy, para facilitar a la mujer el acceso a otras profesiones, se las invita a que abandonen las tareas del hogar. Ahora las mujeres van teniendo una mayor presencia en otras profesiones distintas a las de ama de casa, porque abren así las puertas a un mayor desarrollo personal y contribuyen a la creación de una sociedad más humana. Es lógico, pero además ha de ser razonable, y a veces no lo es, porque hay mujeres que desearían tener su trabajo profesional en el hogar y se ven alejadas por la falta de valoración social y económica que tiene este trabajo. En la rica cultura actual podemos dibujar con miles de colores, no sólo en blanco y negro, por eso cabe que las mujeres que lo deseen se sigan dedicando a su hogar total o parcialmente, según decidan. Y el Estado y la sociedad tendrían que hacer lo posible para que su dedicación esté bien considerada, porque resuelve cantidad de problemas que alivian el erario público de numerosas cargas.
Es frecuente que el trabajo que una persona realiza no se adecúe a sus capacidades y se vea dedicada a cometidos de menor responsabilidad. Con la compleja estructura social moderna es casi imposible encontrar el lugar adecuado para cada uno. Sólo con los años uno se va aproximando a sus deseos. Ocurre que el que no ha realizado estudios asuma de pronto grandes responsabilidades, y otros que cuentan con una formación mayúscula pasen años realizando tareas mecánicas. También esto puede pasar en las tareas del hogar, pero el hogar tiene la ventaja de que al asumir las responsabilidades se puede ir creciendo en formación y experiencia. Con unos buenos cursos de gestión y con la nueva generación de electrodomésticos se puede simplificar mucho todo el trabajo. Con capacidad de mando se pueden distribuir funciones, de manera que todos los miembros contribuyan positiva y eficazmente. Pero hay que estar en casa. Alguien tiene que estar en casa para acoger a los hijos y resolver los problemas que se presenten. Me contaba una profesora de un instituto de las afueras de New York, que el fracaso de la mayoría de los alumnos se debía que cuando llegan a casa no encuentran a nadie y se vuelven a la calle para formar allí sus pandillas. Se comprende que el coste social de este desarraigo juvenil es mucho más elevado que los pequeños salarios que pueden obtener los padres. En resumen, podemos afirmar que una persona que lo desee puede alcanzar un alto grado de desarrollo humano e intelectual en el ejercicio de las labores del hogar, con la seguridad de que cada día se le presentarán nuevos retos para los que tiene que ir preparándose.
Al escribir estas líneas estoy pensando en los matrimonios jóvenes. A ellos les corresponde acertar en su dedicación profesional, aprendiendo a conciliar los dos trabajos, el del hogar y el externo. A veces por una malentendida eficacia los cónyuges dedican a su trabajo externo jornadas excesivamente largas. El resultado es un hogar frío, desatendido, al que no apetece regresar; y el miedo a los hijos. Aparecen las familias sin hijos o con una pareja, como máximo, negando así el fin de la convivencia. Espero que pronto, desde el Estado y desde la empresa, se vaya facilitando la dedicación parcial, porque de ese modo todo será posible. Otra forma de conseguir un hogar en buenas condiciones, es contar con la colaboración de una empleada, a la que ha de pagársele con un sueldo generoso y abriéndole las puertas a su integración en la familia.
Nos queda ahora detenernos en la dimensión social, juzgar el beneficio que puede producir en las personas y en la sociedad. Me parece que en un momento de crisis como el actual, en que la ruptura matrimonial resulta ser frecuente, se entiende claramente las ventajas de una buena armonía en el hogar. Todos hemos conocido personas que viven solas a raíz de la ruptura de su matrimonio, palpando la amargura de la soledad. También hemos tocado el desconcierto de unos chicos que ven que su familia se rompe y que no saben en quién depositar su confianza. Así podríamos continuar hablando de fracasos económicos, profesionales y humanos, pero creo que no es necesario. No todo se podrá evitar con unos hogares sólidos, pero sí la gran mayoría de estos desastres. Un hogar sólido produce una sociedad sólida. O, dicho de otro modo, la sociedad se consolida en los hogares.
Es necesario que el hombre asuma su responsabilidad en estas tareas. Por qué no potenciar las cualidades innatas para la organización o la cocina. Además, qué bueno sería que ese ingeniero que llevamos dentro aplicase su talento para crear una línea de trabajo que llevase la ropa desde el dormitorio a la lavadora y, pasando por la plancha, la colocase en el armario.
En un hogar resulta muy difícil prescindir de la mujer. Especialmente cuando hablamos de los hijos hace falta que la mujer esté en el hogar. Una sociedad sin hijos es una sociedad muerta y para cuidar a los hijos, cuando vienen, hace falta tiempo de los padres, y más específicamente de la madre. Nuestra sociedad ahora vive gracias a la inmigración. Me parece apreciar que la mujer desea tener más hijos, aunque no se atreve por falta de medios. Qué fácil sería apoyar este buen deseo y cuántos males se evitarían.
Si damos a conocer de un modo científico las tareas que se llevan a cabo en una casa, si las valoramos, si las planteamos en primera línea, se reconocerá de nuevo su atractivo y se evitará la huida masiva que se ha dado en estos años. Me llamó la atención que el IESE, una prestigiosa escuela de negocios, tuviera una cátedra dedicada a la conciliación entre la vida laboral fuera y dentro de casa. Es un índice más de la importancia que tienen las tareas del hogar.
A lo largo de los siglos en los diseños arquitectónicos de las viviendas, las cocinas se situaban en el centro, pero no a la vista. En el centro, porque prestaban el servicio vital a toda la casa, pero se ocultaba, considerándola secundaria. Estamos en el momento en que los cocineros están en la televisión y las cocinas –como símbolo de las tareas del hogar- deben de traerse a un primer plano. Pasando a convertirse en actores principales los que allí realizan su trabajo.
Las nuevas generaciones han de asumir el reto de mantener un alto nivel de calidad de vida en el hogar y de poder disfrutar con el ejercicio de su profesión, libremente elegida para dar a la sociedad el mejor fruto de sus cualidades personales.
Por Juan Ángel Brage
Foto Ismael MS